10.1.21

Preguntas respetuosas, relaciones poderosas

Hay un consenso entre pedagogos que los maestros deberían preguntar más y afirmar menos. Incluso que los alumnos deberían preguntar más y, sobre todo, saber hacerse buenas preguntas. Estaría por ver si los docentes sabemos hacernos buenas preguntas para modelar este aprendizaje, pero este no es el motivo de esta reflexión.

Las preguntas que hacen los docentes son, en demasiados casos, preguntas retóricas. Es decir, son preguntas en las que incorporan ideas propias y que en realidad son formas de afirmación. No son pues preguntas de verdad, ni buenas preguntas como tales: son preguntas antagónicas.

También abundan las preguntas sobre el aprendizaje. Las preguntas respetuosas a las que me refiero tampoco no son preguntas para evaluar qué dificultades existen. El feedback, la evaluación formativa y todo eso está muy bien, pero las preguntas respetuosas son otro tipo de cuestiones.

La preguntas respetuosas - Edgar H. Schein las llama preguntas humildes (1) - son preguntas que nacen de un interés y curiosidad genuina por la otra persona. Son preguntas que no influyen ni en la forma ni en el contenido de la respuesta: aceptan la respuesta de otro, sea la que sea. No son preguntas simplemente educadas, son preguntas que exhiben un interés sincero por el otro, en este caso, por el aprendiz.

Las preguntas respetuosas sirven, básicamente, para construir la relación pedagógica, para crear las condiciones de posibilidad de todo aprendizaje relevante. Son las primeras preguntas imprescindibles y las siempre necesarias a lo largo del curso.

No me refiero al necesario "tono respetuoso" de las preguntas, me refiero a un "tipo respetuoso" de preguntas. No son cuestiones para diagnosticar cómo se siente, ni qué sabe, ni qué piensa hacer... Son conversaciones para olvidarse del estatus de docente, para ponerse al alcance del estudiante y reconocerlo como persona. Sirven para comunicarle implícitamente "Puedes ayudarme o bien obstaculizar mi labor docente, puedes elegir porque ahora dependo de ti. Estoy dispuesto a estar en tus manos, a escuchar lo que tengas que decirme, sea lo que sea." Esa humildad - tan difícil en nuestra cultura escolar - es la que pienso que forja el respeto mutuo y la confianza. Nuestra relación no se basa entonces en un estatus inferior o superior, sino que se basa en una interdependencia reconocida. 

Primero las relaciones, después el contenido.

Por supuesto que esto se inserta en determinada cultura de aula y puede parecer chocante en algunas concepciones de la educación. Cada maestro establece qué tipo de relación pedagógica prefiere. Sin duda la humildad respecto al alumno choca con una visión autoritaria, pero también incómoda en una cultura que valora más alcanzar objetivos que forjar relaciones. Pero creo que eso va contra una cultura de aprendizaje efectivo a medio plazo. Connection before Content: primero las relaciones, después el contenido, afirma Nancy M. Dixon.

Hacer preguntas respetuosas es una forma simple y efectiva de construir relaciones de reconocimiento y afecto. En ocasiones es algo tan simple cómo preguntar ¿qué estás aprendiendo? o ¿cómo te va? con la intención, honesta y sincera, de conocer y comprender al alumno. Creo que un buen docente debería saber hacerlas. Yo sigo aprendiendo a hacerlas a mis alumnos en la facultad y a los innumerables equipos docentes con los que trabajo actualmente.

(1) SCHEIN, Edgar H. (2013) Preguntar con humildad. El sutil arte de pedir en vez de exigir. Barcelona, 2014; Ed. Urano.

20.9.20

Instruirse en dar sentido a lo que se aprende

Los pensadores clásicos sobre la educación han considerado que la infancia es una etapa de formación anterior a la condición de persona plena: un infante ("el que no habla") no sabe del mundo, no domina el lenguaje y tiene escaso criterio. No sabe ni lo que se dice, ni lo que se hace!

Pero este estado de inmadurez no es propio del niño, paradójicamente, es el que nos corresponde a todos, infantes, niños o adultos. El filósofo francés Roger-Pol Droit afirma en su último libro Volver a ser niño. Experiencias de filosofía
Nunca sabemos del todo qué significa lo que decimos. A cualquier edad, nos encontramos en esa situación que se atribuye a la infancia, porque la historia en la que estamos metidos desborda siempre lo que sabemos de ella. Las palabras con las que pensamos, las categorías, los valores y las referencias en los que nos apoyamos siempre son más complejos, y tienen más sentido, de lo que sabemos. Inevitablemente, por tanto, siempre hay una parte en lo que decimos que se nos escapa.
A nosotros, y a los niños, se nos escapa el sentido completo de lo que decimos, hacemos o pensamos. El sentido que damos a nuestras palabras o a nuestras decisiones es el límite de nuestro conocimiento. Por ello, ante una decisión nos encontramos en la misma posición epistemológica que nuestros alumnos: la hacemos con nuestra impedimenta, con nuestro saber y la experiencia de ese momento vital.

Alumnos decidiendo qué contar a las familias.

Ayudar a los niños a dar sentido a sus palabras es tarea principal del educador. Asimismo, ayudar a los niños a tomar una decisión no es tomarla por ellos: es secundarles en esclarecer el punto desde el cual esta decisión es tomada. Y esto vale, por ejemplo, para que los alumnos decidan qué y cómo aprender. Para un maestro clásico este ejemplo es una barbaridad: el maestro, erigido en representante de la sociedad, del saber y el mundo adulto, sabe a ciencia cierta qué y cómo debe aprender el alumno, immaduro puer!

Pero con esta actuación, sin embargo, se pierde una valiosa oportunidad de acompañar al niño en su decisión, de interpelar su fundamento, de justificar su necesidad. Instruirse en dar sentido a lo que se aprende es un aprendizaje precioso, un empeño mucho más valioso que el tiempo que se pueda perder aprendiendo algo que - a nuestros ojos, no a los del aprendiz - carece de valor o es innecesario.

¡Instruirse en dar sentido a lo que se aprende, menuda competencia! :)

15.3.20

Estudiar

Es un lugar común afirmar que la escuela “prepara para la vida”, pero cada uno otorga el significado que quiere a esta idea.

Si consideramos que se aprende siempre y en todas partes, ¿para qué hay que ir a la escuela? ¡La vida ya te formará para la vida! Quizás la escuela debería proveerte, precisamente, de aquellos conocimientos que la vida “ordinaria” no te ofrece.

Siguiendo con este razonamiento, cabe preguntarse si hay algún tipo de aprendizaje concreto o específico que se desarrolla en la escuela y que la hace imprescindible y la singulariza en relación con este “aprendizaje permanente” que la vida nos ofrece.

En la escuela clásica, el estudio es la forma específica de desarrollar la competencia propia de la escolarización obligatoria: en la escuela, sobre todo, se aprende a estudiar.


En la Universitat de Manresa con mis alumnas.

La parte relevante de este "estudiar", sin embargo, no es adquirir el conocimiento “de algo”, ni siquiera aprender “de memoria” o “instruirse” sobre historia, filosofía, matemáticas, latín o griego per se.

Estudiar significa examinar atentamente “algo” para determinar su naturaleza, el carácter, la significación, para interpretarla, para reproducirla y, sobre todo, aprender a hacerlo para poder emplearla en “la vida no escolar”. Estudiar sí, pero en el sentido de comprender más profundamente. Puede ser la medicina, las matemáticas o lo que sea culturalmente relevante, pero no como un fin en sí mismo.

Lisa y llanamente, la escuela nos enseña a estudiar, por supuesto. Nos debe capacitar para estudiar, pero para desarrollar la competencia de comprender profundamente. Sin confundir o asimilar el desarrollo de la capacidad de comprender – necesaria para una vida plena – con la actividad de memorizar o saber algo.

Este "estudiar" es el que nos prepara para la vida, no el estudiar académico que solamente atañe a la propia vida escolar.

16.2.20

Medir

En nuestra obsesión por alcanzar y medir objetivos de aprendizaje hay una cierta deriva productiva que me incomoda profundamente. Podemos acabar valorando las propuestas de aprendizaje como si todo fuera “tiempo productivo” y eso, seguro, va en detrimento de la significatividad y profundidad de la experiencia de aprendizaje.

Quizás estamos buscando evidencias de aprendizaje por encima de nuestras posibilidades. Estaría bien admitir humildemente que el acto educativo depende de muchas variables y que, como dice Gert Biesta, el bello riesgo de educar siempre es singular y abierto a lo imprevisible.


Proyecto en el Institut Escola les Vinyes

Publicado originalmente en la web profesional de Boris Mir

8.9.19

La cultura pedagógica del trabajo cooperativo

Muchas actividades de trabajo cooperativo organizan en torno a las “técnicas de trabajo cooperativo”, es decir, se centran en desarrollar dinámicas de cooperación y colaboración entre los alumnos. Hablo de técnicas como “El puzzle”, “La hoja giratoria”, “Lápiz en medio”, “1-2-4”, etc.
Estas técnicas, sin embargo, deben darse dentro de una cultura colaborativa en la que docente y aprendices forman parte de una misma comunidad de aprendizaje. Sin la existencia de esta vinculación y corresponsabilidad compartida sobre el aprendizaje propio y el de los compañeros, las técnicas de trabajo cooperativo solamente significan una aportación instrumental a la gestión del aula, pero no permiten explotar todo su potencial formativo.
Grupo de Trabajo en el Institut-Escola Les Vinyes

El segundo elemento, muy a menudo ignorado, es la relación entre las técnicas de trabajo cooperativo y las habilidades y capacidades a desarrollar sobre el trabajo en equipo. El trabajo en equipo es mucho más que el trabajo en grupo y necesita la praxis y la reflexión explícita sobre habilidades individuales y sociales. Esto va mucho más allá de “practicar estructuras cooperativas”. Estas habilidades deben ser un objetivo de aprendizaje, no un prerrequisito. Y probablemente son las que más justifican el uso del trabajo cooperativo en los entornos de aprendizaje. Aprender a “ser un equipo” es un objetivo de aprendizaje de primer orden.
Es decir, hay que generar una cultura de la colaboración y una comunidad de aprendizaje para que las técnicas de trabajo cooperativo tengan sentido. Y al mismo tiempo hay que centrar el aprendizaje en el desarrollo de capacidades individuales y grupales de trabajo en equipo, necesidades de aprendizaje imprescindibles para desarrollar competencias socio-emocionales.